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EL HÍGADO, LA BASE DE NUESTRA SALUD



(primera parte)

El hígado es el principal laboratorio de nuestro organismo donde se procesan miles de sustancias cada segundo y es además el encargado de neutralizar todo tipo de tóxicos presentes en nuestro cuerpo para que puedan ser excretados por los riñones o por vía fecal.

Nuestro hígado es un verdadero prodigio pues es capaz de procesar una variedad amplísima de tóxicos gracias a un sistema enzimático que es capaz de actuar sobre una enorme gama de sustancias.

Cuando la función detoxificadora del hígado declina, el funcionamiento del resto de órganos se ve seriamente comprometido y podemos afirmar con rotundidad, que ningún enfermo, (sufra la patología que sufra) presenta una función hepática normal y que no existe ninguna enfermedad (salvo las congénitas) que no pueda ser aliviada mediante un protocolo encaminado a estimular los mecanismos de detoxificación hepática.

Vamos a ver en primer lugar cuales son los factores que más perturban el funcionamiento de nuestro hígado:

Disbacteriosis en el tracto digestivo: Es decir, el cambio cualitativo de nuestra microflora intestinal.
La flora bacteriana “buena” puede actuar sobre los microorganismos patógenos en tránsito, impidiendo así que colonicen nuestro espacio. Cuando nuestra flora intestinal útil es dañada, las especias bacterianas dañinas pueden volverse predominantes y comenzar a desestabilizar nuestra salud.

Toxinas generadas por patógenos presentes en nuestro organismo: Debemos saber que la práctica totalidad de los patógenos que están presentes en nuestro organismo, ya sean parásitos, bacterias u hongos, generan gran cantidad de toxinas que acaban interfiriendo en funciones básicas de nuestro metabolismo, lo cual puede (o suele) llevarnos a patologías degenerativas graves para las que hoy por hoy la medicina oficial no encuentra solución.

Estos dos factores, tanto la disbacteriosis como la toxicidad generada por patógenos debe ser lo primero a tratar cuando pretendamos mejorar o regenerar la función hepática, es decir, antes de tratar el hígado debemos tratar el intestino. De hecho es importante que sepamos que el alcohol ejerce una nefasta influencia sobre el hígado y gran parte de ésta viene derivada de que el alcohol aumenta la permeabilidad intestinal siendo este aumento un factor clave en una mayor cantidad de lipopolisacáridos (toxinas generadas por bacterias patógenas que pasan a la circulación portal. Por tanto la higiene intestinal es la mejor aliada de la función hepática, es por lo que en la Terapia Clark siempre comenzamos los protocolos con una limpieza intestinal.

http://terapiaclark.info/limpieza-intestinal/

La fructosa es otro desestabilizador importante de la función hepática, hasta el punto de que se le ha llamado “el alcohol que no emborracha”, debido a los efectos que produce una dieta alta en fructosa sobre el hígado. Un consumo excesivo de fructosa aumenta la formación de radicales libres en el hígado, produce hígado graso, aumenta la inflamación y reduce la sensibilidad a la insulina (diabetes tipo 2).

Pero lo peor de todo es que la fructosa le roba al hígado el preciado ATP, ¿por qué?, pues porque para poder metabolizarse, la fructosa debe fosfatarse en primer lugar. Y, ¿de dónde procede el fosfato necesario para dicha conversión?, pues del adenosín trifosfato (ATP).

Otro tipo de azúcar como la glucosa también necesita ser fosfatada, pero como la glucosa se utiliza en todas las células del organismo, no se produce un gran descenso de ATP en ningún sistema orgánico concreto. Sin embargo, dado que la fructosa solo se metaboliza en el hígado, una ingesta importante de ésta agotará el ATP hepático.

Sin lugar a dudas los zumos de fruta y el consumo abundante de ésta no benefician en absoluto a nuestra función hepática. Además debemos saber que la degradación de grandes cantidades de ATP eleva considerablemente los niveles de ácido úrico como resultado de la degradación de la adenosina liberada, con lo cual: ¡¡¡en todos los casos de elevación del ácido úrico, el primer alimento que debe eliminarse de nuestra dieta es la fruta!!!.>

Todos los casos de hígado graso no alcohólico se deben bien a un estado de toxicidad intestinal, una ingesta excesiva de fructosa (aunque se trate de zumos de fruta naturales) o consumo de medicamentos. La conclusión es que deberíamos limitar la ingesta de fruta a un máximo de dos piezas diarias y siempre ingeridas por la mañana, para evitar al máximo la posibilidad de fermentaciones alcohólicas que pueden darse con más facilidad si se consume la fruta al final del día.

El alcohol es otro agente hepatotóxico importante, pero volvemos a insistir en que ello se debe principalmente a que incrementa el paso de lipopolisacáridos bacterianos del intestino a la sangre. Es por lo que existen abstemios con hígado graso, debido a que su flora intestinal se halla fuertemente desequilibrada, además de presentar una permeabilidad intestinal excesiva.

Al igual que un químico requiere numerosos productos químicos con los que llevar a cabo reacciones, el hígado requiere numerosos nutrientes con los que poder efectuar su función. Estos nutrientes son vitaminas del grupo B, selenio y vitamina C (siempre mejor en forme de ácido ascórbico, ya que como afirmaba la Dra. Clark, en los procesos para la obtención de la vitamina C no ácida, siempre se contamina ésta).

Por otro lado, el hígado también necesita aminoácidos en cantidad (colina, metionina, etc.) por lo que una ingesta adecuada de proteínas en nuestra dieta es indispensable para una correcta función hepática y aunque una ingesta excesiva puede ser perjudicial, entre 0,8 y 1 gramo de proteína por kilogramo de peso corporal, puede ser una buena referencia.

Otros elevadores de nuestra toxicidad hepática son los medicamentos, como el paracetamol, ibuprofeno, ácido valproico, los antidepresivos y un larguísimo etcétera. Muchas enfermedades son simplemente un efecto secundario de la ingesta crónica de medicamentos, solo que como la persona los lleva consumiendo varios años, la aparición de síntomas
durante los últimos meses no levanta sospechas. Sin embargo lo que sucede es que tras años de sobreesfuerzo, el hígado termina por capitular y ahí es cuando comienzan los síntomas.

Los excesos alimentarios también sobrecargan de una forma importante el hígado, especialmente las cenas copiosas. Lo ideal sería que la última comida del día fuera ligera y realizada por lo menos un mínimo de 2 horas antes de acostarnos. Los fritos y grasas recalentadas son nefastas, pero el resto de alimentos grasos no son tan perjudiciales como se nos ha hecho creer (pero sí los azúcares). Las grasas no sobrecargan en absoluto la función hepática, incluso la favorecen, pues al ejercer un efecto colagogo favorecen el drenaje de la vesícula y de los conductos biliares. Lo que sucede es que las personas con cálculos vesicales o con la vesícula inflamada se resienten ante las fuertes contracciones estimuladas por una importante ingesta de lípidos. En estos casos de problemas de vesícula, es doblemente importante la realización de varias limpiezas hepáticas después de un protocolo de limpieza intestinal.

Llegados a este punto debo hablar en positivo de uno de los alimentos más injustamente atacados cuando se habla de salud hepática: la yema de huevo. La yema de huevo aporta aminoácidos azufrados (detoxificantes), fosfolípidos y colina, nutrientes todos ellos fundamentales para una óptima función hepática. Además, la yema de huevo es un poderoso colecistoquinético, lo cual significa que estimula la contracción de la vesícula biliar y la excreción de bilis. Ello es una ventaja pues no deja de ser un drenaje, aunque haya individuos con la vesícula inflamada que no les convenga este estímulo, de igual modo que a una extremidad lesionada se le debe conceder reposo y no ejercicio.

Por lo tanto concluimos que la yema de huevo es hepatoprotectora, pero ¿qué hay del colesterol? Bien, en primer lugar la cantidad de colesterol que aportan un par de yemas de huevo es mínima. Por otro lado, el efecto colecistoquinético favorece la excreción de colesterol a través de la bilis y además la colina y los fosfolípidos impiden que el colesterol precipite en las arterias y los conductos biliares formando placas de ateroma o cálculos biliares.

Finalmente mencionaré el que quizás es uno de los mayores factores de sobrecarga y disfunción hepática: Los parásitos. Es común encontrar en el hígado de personas aparentemente sanas parásitos como la fasciola hepática, el clonorchis sinensis, etc. Estos pueden instalarse en los conductos biliares y entorpecer la función hepática e incluso destruir el parénquima de este órgano. Con el paso del tiempo, a la vez que son portadores en su interior de bacterias y virus. Es por ello que para mejorar la función del hígado debemos desparasitar periódicamente con suplementos naturales (nunca desparasitantes químicos que son terriblemente tóxicos y no actúan contra muchas familias de parásitos).

El programa Clark de limpieza intestinal, además de actuar contra la toxicidad y las bacterias patógenas del intestino, también actúa contra más de 100 familias de parásitos diferentes ayudando a eliminarlos con suplementos como la tintura de nogal, que además tiene acción hepatoprotectora. Una vez realizado el protocolo de limpieza intestinal, recomendamos realizar la limpieza hepática (http://terapiaclark.info/limpieza-de-higado/) varias veces (de 3 a 5), pero de ello hablaré próximamente en la segunda parte de este artículo.
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